Reflexiones

¿Por qué escribo novelas?

¿Por qué escribo novelas?  A menudo me pregunto qué lleva a algunas personas a embarcarse en una narrativa extensa que exige paciencia, estructura y constancia. Es una labor ardua y solitaria, cuyo reconocimiento rara vez es proporcional al esfuerzo. Entonces, ¿de dónde surge esta necesidad?

Lo que me impulsa En mi caso, escribir nasce del deseo de conectar con otros seres humanos y transformar en palabras aquello que, de otro modo, quedaría sin expresar. Desde niña aprendí que lo que quería decir era a menudo corregido, interrumpido o silenciado. Tal vez por eso encontré en la escritura un espacio discreto y libre, donde una voz femenina no necesita pedir permiso para ser escuchada. La página en blanco no interrumpe ni corrige: acoge.

Lo que me da la narración Escribir una novela permite tomar la palabra sin alzar la voz, ofreciendo una presencia silenciosa, auténtica y segura para emociones, pensamientos y tensiones. Es una oportunidad de compartir historias que acompañan, brindan consuelo y, en ocasiones, invitan a reflexionar sobre conflictos, pasiones y dilemas morales. Su encanto reside en que todo sucede en un territorio protegido, sin consecuencias reales.

Un refugio compartido Escribir y leer —compañeras inseparables desde la infancia— siguen siendo para mí un enclave de libertad interior y de placer inagotable. Ojalá cada lectora y cada lector encuentren un hogar en las historias que compartPor?

¿Cómo nace una novela?

La chispa inicial Los pensamientos más fértiles —o al menos los que a mí me lo parecen— suelen llegar mientras hago algo que, aparentemente, no tiene relación con la escritura. Por suerte, hoy puedo anotarlos de inmediato en el móvil. Mi primera novela, por ejemplo, comenzó en un banco del Paseo de los Tristes, observando las torres de la Alhambra. Imaginé a la protagonista interactuando con algunos personajes secundarios. No tenía aún las palabras, pero percibía el ritmo de la escena.

De la intuición a la historia Ese momento creativo no fue casual: transformó hechos reales en las andanzas imaginarias de una compatriota que había emigrado a Granada un siglo antes. A menudo se idealiza la “chispa inicial” como una iluminación repentina, pero no es así. No todas las intuiciones se convierten en historias: algunas permanecen en suspenso, otras se desvanecen. Solo unas pocas resisten, crecen y se articulan.

El trabajo oculto Cuando una idea reclama mi atención, comienza la fase de investigación. Leo, recopilo, observo. Escribo poco o nada. Esta etapa es un ejercicio de atención, paciencia y confianza. Alcanzada la solidez del núcleo, paso a la estructura: capítulos, escenas, diálogos, conflictos… Solo entonces empieza la escritura propiamente dicha.

Así nacen mis novelas No por revelación, sino por un trabajo constante que avanza paso a paso, acumulando hasta dar cuerpo a la historia.

El pasado como clave narrativa

Ecos de otra época Situar una historia en un tiempo lejano implica dialogar con el pasado para conectar con la esencia misma de la narración. Cada detalle —lingüístico, cultural, psicológico— aporta profundidad. El contexto histórico se vuelve estructura viva.

Recrear para sentir No basta con describir lo que fue: hay que interpretarlo, transformarlo en una experiencia narrativa que aporte resonancia emocional. Cada palabra y cada gesto se eligen con cuidado: ¿cómo hablaban?, ¿qué temían?, ¿cómo actuaban y resolvían conflictos?

Puentes con el presente Mi primera novela histórico-policiaca, así como el relato La chica del pan, se sitúan a una distancia cronológica que para mí es perfecta. Me permite mirar ese tiempo con claridad y proyectar preguntas aún actuales. Memoria personal, colectiva e imaginada se entrelazan con dinámicas humanas que trascienden la época.

 Personajes y cultura Moldeados por un horizonte cultural distinto al nuestro, los personajes resultan fascinantes. El desafío mayor consiste en dar voz a quienes piensan y sienten de manera diferente, y aún así logran conmovernos. Contar ese mundo es también una forma de comprender mejor el presente.

La trama invisible​

Escuchar Cuando escribo, escucho. No es una imagen poética, sino una realidad tangible. La voz que teje la narración está hecha de pausas, retornos y cadencias.

El ritmo como estructura Una frase puede ser correcta y aun así carecer de resonancia. Cuando eso ocurre, la reescribo. El ritmo no es un mero adorno. Moldea la percepción, crea expectativa y marca el compás de la imaginación. Decide dónde ralentizar, dónde insistir, dónde dejar ir. Hace visibles los vacíos, dirige la mirada y sugiere lo oculto entre líneas.

La prueba del oído Sé que un párrafo funciona si fluye con equilibrio y cada frase acompaña naturalmente a la siguiente. La construcción surge a partir de este ritmo.

 La voz y el silencio Al releer en voz alta, percibo si algo desafina. Es un trabajo de pulido, de escucha atenta. Un ejercicio sobre la voz y también sobre el silencio, porque el ritmo nace de lo que decidimos callar.

Las palabras que elijo

Escoger El lenguaje que busco es esencial y sobrio. En lugar que explicarlo todo, sugiero, evoco, dejo espacio. Cada palabra revela algo de la realidad que cuento y de mi mirada sobre ella. No se trata de encontrar la palabra “bonita”, sino la que mejor se adapta.

La fuerza de las palabras Un adjetivo puede cambiar el tono de una escena. Una frase complaciente rompe la tensión. Una palabra vaga debilita a un personaje. Las palabras cargan historias, significados y recuerdos: nunca son neutras.

Pulir En la revisión, más que añadir, suelo eliminar. Algunas frases resisten al primer borrador, otras deben desmontarse y reconstruirse. Dar forma al texto definitivo es un proceso lento, porque en cada frase busco equilibrio y ritmo.

Claridad La claridad es un gesto de respeto hacia quien lee. Evito la ambigüedad y mantengo un diálogo constante con el lenguaje: un trabajo artesanal que exige cuidado, rigor y humildad.

 Voz e intencionalidad Escribir nunca es un gesto distante. Es una relación con el lenguaje, con quien lee y con lo que queremos decir, porque cada palabra es una elección y cada elección deja huella.

Entre dos idiomas

Doble mirada Escribir y luego traducirse a sí misma exige una mirada doble. A cada paso me pregunto: ¿qué queda, qué cambia, qué se esconde y qué se revela? 

Trasladar un mundo Traducir no es solo elegir palabras en otro idioma. Es trasladar ritmos, gestos, silencios y todo un universo de un código a otro. 

Estilos distintos El idioma moldea la forma de pensar. En italiano, mi estilo se caracteriza por una cadencia propia, con estructuras sintácticas elaboradas. En español, debo ser más directa y sobria, sin perder tono ni identidad narrativa.  

Perspectiva externa Traducirme me obliga a mirar mi texto desde fuera, con distancia y análisis. A veces, una frase funciona mejor en el segundo idioma; otras, debo reescribir párrafos enteros. Lo implícito en italiano a veces se vuelve opaco en español.

Artesanía lingüística Cada página traducida es también una reescritura. Es una segunda oportunidad para comprender lo que escribí y lo que quiero transmitir.

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